¿Dónde está Diego?
Una de las noticias que ha causado revuelo en las últimas semanas es la del secuestro de Diego Fernández de Cevallos, el famoso panista y alguna vez contendiente a la presidencia de la República Mexicana.
A ciencia cierta, no se sabe nada. Todo son especulaciones, rumores y la única prueba de que el político mexicano ha sido secuestrado es el chip que las autoridades mexicanas han hallado y cuya finalidad era localizar al que lo portaba, y que en este caso era el senador de largas barbas, un sujeto odiado por muchos y admirado por otros.
La prensa ha repetido hasta el cansancio que el caso está catalogado como una desaparición, no como un secuestro, pero no hace falta mucha inteligencia para darse cuenta que el mismo Fernández de Cevallos no balaceó su propio vehículo, lo manchó con su sangre y luego se extrajo el chip de localización satelital. Pero sea como fuere y no haciendo caso de los terminajos legales, alguien “desapareció” a este político mexicano y lo hizo de forma profesional, ya que de otra manera a estas alturas el secuestrado ya habría aparecido.
Las razones de algo así son oscuras. Diego es un hombre poderoso y todos los poderosos tienen enemigos. Las razones pueden ser políticas o económicas, aunque cabe la posibilidad de que se trate de un eslabón más de la lucha que se ha desatado entre las autoridades mexicanas y los imperios de la droga, o el resultado de las turbulentas luchas interinas en el mismo gobierno, aunque también puede ser que no se trate de ninguna de estas cosas y el famoso abogado haya disgustado mucho a alguien tras su intervención en un caso y bueno, se haya convertido él mismo en una víctima indefensa de la ilegalidad contra la que siempre ha luchado (dicen).
No quiero hablar de Diego Fernández en pasado, pero ha transcurrido mucho tiempo desde que alguien lo vio por última vez con vida y supongo que cada día que pasa disminuyen un poco las posibilidades de que podamos ver de nuevo su alba y poblada barba circulando activamente como lo ha hecho tantos años.
Recordando a Clouthier, parece que las barbas son de mal agüero.
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