19 de agosto de 2010

Se acaba Mexicana

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Mexicana, la compañía aérea, está en graves problemas económicos, y sus usuarios también. Hasta ahora, todas las estrategias para rescatarla de la bancarrota han sido infructuosas y se ha visto en la necesidad de cancelar vuelos, de transferir pasajeros, de anular rutas, de anunciar despidos, disminuciones en los sueldos y nada parece funcionar.

La crisis está llegando a uno de las empresas que se pensaba podían sobrevivir a todo (o casi a todo) y la desaparición de esta aerolínea es algo inminente, al menos si no se le inyecta una buena dosis de capital fresco.

Muchos piensan que hay varios interesados en comprarla, pero están esperando pacientemente a que cunda el pánico para hacer una compra que les otorgue el control de la empresa a precio de ganga. Eso sería catastrófico, ya que bien sabemos que el magnate que se haga con el control de esta empresa tendrá muchas probabilidades de forjar un monopolio aéreo, y por curioso que sea, Aeroméxico, la compañía antagonista de Mexicana, saldría perdiendo. En pocas palabras: Uno de los principales interesados en que Mexicana se recupere es su principal competidor.

No soy un experto en cuestiones financieras, pero he visto el fenómeno una y otra vez. Un gigante se desmorona, es vendido por una bicoca y años después se convierte en el líder. Puede ser una venta abierta o subrepticia. Muchos multimillonarios tienen el poder de hacer que las acciones de la compañía bajen para comprar un buen porcentaje y ganar el control de la empresa. Un acto que puede ser llevado a cabo subrepticiamente y con más facilidad en un entorno bursátil como el de México, que tiene tan pocos controles policiales como sucede en los Estados Unidos. Digamos que yo soy un accionista importante de la compañía y comienzo a vender y a vender y a vender. Los precios de las acciones bajan. Me apoyo en los medios y manipulo la información: Bajan más. Y cuando los precios están lo suficientemente bajos y he inducido mediante el pánico a que otros vendan también, entonces hago una compra masiva y me convierto en el dueño virtual de la compañía.

No hagan caso: Son elucubraciones conspiranóicas mías.

12 de agosto de 2010

El apellido de Dios

El otro día, mientras recorría (por puro ocio) la conocida sección de Yahoo! llamada “Yahoo! Answers”, me encontré con que alguien preguntaba cuál era el apellido de Dios. Leí las respuestas (había un par), que me parecieron bobas y sin sentido, pero la pregunta siguió dando vueltas en mi cabeza una y otra vez.

Sería fácil decir que el segundo nombre de Dios sería alguno de sus atributos (todopoderoso, misericordioso, temible, amado, etc.), pero entonces la lista sería interminable, pues el número de calificativos que se le pueden dar es inmenso, y además está el asunto de que probablemente no todos piensan en el mismo Dios. Ha habido muchos Dioses a lo largo de la historia del mundo, y actualmente coexisten varios cientos de ellos dependiendo de la cultura a la que nos refiramos.

Lo único cierto es que para ser Dios es indispensable ser superior a los creyentes. No conozco ningún Dios que sea inferior. Pueden ser peores, en el sentido de malvado o cruel, como algunos dioses egipcios, pero no inferiores.

Otra cosa importante es que si preguntamos a cualquier persona acerca de Dios y le pedimos que nos lo describa con sus propias palabras, siempre nos dará una respuesta diferente a la de otro individuo. No importa del Dios que se trate, cada uno de nosotros tiene un concepto ligeramente distinto del de otros.

Así pues, parece que hay muchos Dioses, y que cada uno de los fieles tiene una idea algo distinta de él, o de ellos.

Creo que si hubiera que agregarle a Dios otro nombre debería ser el nuestro. Aún los ateos deberían hacer esto, ya que tienen un concepto de la idea de Dios distinta a la de otros.

No creo que a Dios le ofenda ser único en el corazón de cada uno de sus fieles.

10 de agosto de 2010

Exposición fotográfica sobre La Castañeda

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El Museo Archivo de la Fotografía de Ciudad de México presenta, desde hoy y hasta el 14 de noviembre, una colección de 83 fotografías de “La Castañeda”, el manicomio más grande y el más famoso que ha habido en México, y que dejó de funcionar en la década de 1960, cuando los pacientes fueron trasladados a otros centros psiquiátricos más pequeños y muchos de ellos fuera de la ciudad.

Durante su existencia, La Castañeda atendió a cerca de 70,000 pacientes internos, siendo un lugar que constituyó la salvación de muchos y el infierno de otros. Las condiciones, al final de su existencia, eran precarias, debido a la corrupción y, por supuesto, a la falta de dinero para atender a la enorme población que albergaba.

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5 de agosto de 2010

Llueve, llueve

Hace poco hablé de las lluvias que azotan la Ciudad de la Esperanza, como la bautizó el ex gobernador del Distrito Federal hace ya algunos ayeres y pensé, ilusamente, que ahí terminaba la historia. Bueno, pues parece que esto no es así. Sigue lloviendo a cántaros, a torrentes, imparablemente, sin la menor piedad por los habitantes de esta ciudad.

Sé que la Ciudad de México no es la única que se ha visto afectada por estos fenómenos y caprichos del medio ambiente, pero como yo vivo en este lugar, pues me toca hablar de lo que estoy experimentando, aunque la opinión de habitantes de otras ciudades puede ser distinta, mucho peor o más llevadera que la nuestra.

La ciudad es un charco inmenso, y no hay día en que las cosas no se pongan un poco peor. Llueve por la mañana, por la noche, al mediodía… a todas horas. Es difícil salir sin un paraguas, que se ha convertido en un elemento básico de supervivencia, y en todas partes se ven personas agazapadas bajo los techos de las casas, imposibilitadas a seguir su camino. Todo huele a humedad, a cuerpos mojados, a cañerías que parecen surtideros y que las autoridades, con un poco de imaginación, podrían convertir en fuentes. Je, je. Fuentes de aguas negras, por supuesto. El sistema de drenaje se ha visto sobrepasado, y por mucho, y me parece que el Valle de México no está muy lejos de convertirse en ese lugar poblado de lagunas por donde navegaban las chinampas sobre las que nuestros antepasados practicaban la agricultura.

En fin, que así están las cosas en este lugar, y lo más desagradable (hasta cierto punto) es verse atrapado dentro de casa si no desea uno pescar un resfriado por el chapuzón que implica salir a la calle y respirar un poco de aire puro.

3 de agosto de 2010

El vicio de leer

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Así como hay grupos AA para los alcohólicos y clínicas para tratar la adicción a ciertas drogas, debería haber sitios y organizaciones para tratar una de las adicciones más olvidadas, y que algunos consideran una virtud: La lectura.

Leer puede llegar a consumir una cantidad enorme de tiempo, energía y dinero. No es algo de lo cual enorgullecerse, ya que a pesar de haber controlado (más o menos) el vicio, hubo épocas en mi vida en las que cedí a él de forma total, completa. Leía uno o dos libros diarios, dependiendo del número de páginas, e iba a todos lados con un libro bajo el brazo.

Un vicio socialmente aceptado.

Pero pasar 8, 10 o más horas al día leyendo no puede ser sano para nadie. Son muchas las cosas que se sacrifican, mucho el dinero que se gasta o mucho el camino que hay que recorrer de ida y vuelta a la biblioteca. Y no me refiero a la lectura que tiene como objetivo el aprendizaje, sino aquella que sólo se realiza por placer, sin la menor intención de que esto sea algo académicamente enriquecedor. Claro, de tanto leer terminan pegándosele a uno algunos conocimientos, pero ese es un efecto secundario, no el objetivo principal. Los adictos a la lectura no son bibliófilos ni bibliómanos: Leen lo que pueden, no importando el estado de las ediciones. Recuerdo que alguna vez otro adicto a los libros me prestó uno que estaba en pésimas condiciones y cuando se lo señalé me dijo: ¡Pero no le falta ni una letra!

A mí, en lo personal, no me importa si leo en papel, en la computadora o en mi lector de eBooks (leo hasta en mi teléfono celular): El asunto es leer todo el tiempo que pueda… y tratar de no descuidar otros aspectos de mi vida, pero a veces ambas actividades no son compatibles.

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